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...Porque de un lado estás tú... y del otro lado todos los demás...
viernes, 26 de abril de 2013
El corazón de mi niña...
Un irrefrenable deseo me llevó a mirar su foto otra vez y una extraña curiosidad me condujo a teclear su nombre de nuevo. Mi amor...
Medio vaso de agua sobre la mesa, di apenas un sorbo. Mis labios estaban secos, mis manos estaban heladas, no tenía la paz para concentrarme en nada.
Después de leer aquel artículo volví a ser por un momento esa nerviosa y tímida niña de 11 años.
Quería gritar, quería estallar, quería llorar y demandar respuestas.
Quería salir corriendo pero nada lograría con ello. El miedo que me dominaba en aquel tiempo me hizo su presa en ese momento también y jugaba con mis sentimientos.
Todo lo que veía a mi alrededor estaba fuera de la realidad de mis recuerdos. Esta casa no es aquella, no podía encontrar entre lo que veía esa escalera donde lloraba reprimida, aquella niña con su carta de amor entre sus dedos.
Todavía me cuesta trabajo escribir.
Entre las pausas marcadas por el fin de cada párrafo mi mente vuelve a viajar en intentar seguirlo, en intentar saber a donde irá y hallar el consuelo de que estará bien.
La escena que sigue dando vueltas en mi cabeza. La imagen que me sigue marcando un recuerdo imborrable y que sigue causando dolor. Esa herida que no termina de cerrar.
Me encogí ya tumbada sobre la cama, aletargada. Un ambiente gélido que no puedo describir comenzó a producirme escalofríos. Probablemente mi presión estaba baja o un ataque de pánico en esa penumbra terminaba de adueñarse de mí. Mis pies se helaron hasta doler igual que mis manos, intentaba torpemente encontrar a tacto algo para cubrirme y al tomar la cobija finalmente lloré.
Pasé de buscarla a revivirla… por que ella era yo: sola, atada, confusa y con una tremenda angustia que nadie entendía porque mi amor por él era un secreto. Un secreto tan dulce y severo que no era capaz de compartir.
Pensaba en todas las cosas que nos retienen, que nos reprimen, que pasado el tiempo cambian pero que no dejan de ser imposiciones si no lo queremos. Ahora que lo pienso mejor creo que el temor que sentía era producido por la idea de que la historia se repitiera. No poder estar ahí, no poder despedirlo, no poder decirle que lo amo y que hasta ahora él es la estrella que sigue dando luz a mi vida.
Otro repentino pensamiento llegó a mí: El dilema de estar frente a una persona que no te recuerda, que no te busca ni te encuentra, que desconoce tu nombre, tu identidad y la vida que en silencio le consagras con todos tus más puros sentimientos. Y aunque esa parte de mi corazón que perteneció a aquella niña insista con ese dulce ímpetu a buscarlo, a encontrar la paz en su mirada y ser feliz con unas palabras, con llevarse su renovada imagen grabada en el alma, sin resignación, sin aspiración… sin nada… es en parte consecuencia de su preciosa inocencia ahora fracturada.
Al final aquello era algo que tenía que suceder, algo que no se puede prolongar, acelerar ni detener.
Me da gusto saber que él está bien, que sigue avanzando, que seguirá conociendo y siendo conocido por muchas personas más en las que dejará una impresión distinta, una huella única que muchos atesoraran en su corazón, quizá no de la misma forma que yo...
Al final sólo sé que nunca amaré a nadie como a él. Cada despertar en esta vida es un renacer y si en más de mil vidas lo he amado, hasta hoy y por la eternidad de las vidas que me resten él cada día es el amor de mi vida, un sentimiento al que no daré fin... porque no puedo, porque no quiero…
Mi pequeña en ese tiempo no tenía idea de todo lo que iba a vivir; yo sí lo sé y es por eso que ahora la puedo proteger. Hoy esa adorada niña tiene a su disposición a esta mujer que va a defenderla, que va a encaminarla, a acompañarla… y que va a esperar a su lado con paciencia el momento indicado para dejarla a solas con su amor.
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